
En el auditorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos se realizó el pasado 8 de octubre el conversatorio “Mil guitarras para Víctor Jara: origen, proceso y experiencia”, presentación del ensayo homónimo del gestor cultural y creador de dicha iniciativa, Roberto Guerra Veas.
La primera versión del homenaje musical se realizó el 28 de septiembre de 2013 en la Plaza La Paz de Recoleta con participación de más de 300 guitarristas provenientes de diversas regiones del país. En la ocasión, Joan Jara, presidenta de la Fundación Víctor Jara, destacó lo masivo e inédito de la actividad señalando, “creo que no tengo palabras en realidad, porque este evento ha sido algo inaudito, extraordinario, maravilloso… es algo muy, muy especial”.
Como señala su autor, “el trabajo busca dar a conocer el sentido y los principales antecedentes que permiten entender el desarrollo de la iniciativa, como su origen, el porqué de su nombre y definición de gesto de amor colectivo, entre otros elementos”. Asimismo, y como más indica más adelante, “Mil guitarras anida una historia que merece ser contada como ejercicio de memoria, a la vez que, de sistematización de una experiencia, que, por su impacto y trascendencia, puede servir para iluminar procesos similares de intervención artística del espacio público”.
Tras la bienvenida a cargo de Joliette Otárola de Egac, comentaron el trabajo el historiador y académico de la Usach Rolando Álvarez Vallejos, la musicóloga y gestora cultural Patricia Díaz-Inostroza y el periodista David Ponce.
Una memoria encarnada
Iniciando su comentario, Patricia Díaz señaló que las sociedades recuerdan a través de los cuerpos, por lo que “ese simple movimiento de levantar la guitarra al cielo, sincronizado por cientos de cuerpos, convierte el recuerdo de Víctor Jara en una memoria encarnada”. De este modo, “cuando Roberto Guerra define la actividad como un “gesto de amor colectivo”, está señalando algo clave: no se trata de un evento con espectadores, sino de un acto que se construye entre muchos”, agregando que se trata de, “un gesto que pertenece al repertorio vivo, no al archivo: la memoria no se deposita en documentos, sino que se reactiva en la acción compartida”.
Más adelante, señaló que la iniciativa rompe con la lógica del espectáculo, donde “ya no hay artistas y público, sino una comunidad en acto”, constituyendo desde la gestión cultural la idea de una participación estructural, no decorativa. Asimismo, subrayó que se trata de una “forma de institucionalidad afectiva, donde el recuerdo de Víctor Jara articula la voluntad de un nosotros. En tiempos en que el espacio público se fragmenta, esta experiencia nos recuerda que hacer memoria es también una manera de rehacer comunidad. El rito no clausura el pasado: lo mantiene en presente, lo pone a circular, lo entrega a nuevas generaciones”.
Una de las intervenciones culturales más llamativas de la historia reciente de Chile
Para el historiador Rolando Álvarez, el ensayo, “se adentra en los entretelones y el enorme trabajo de gestión que implica esta intervención cultural, que demuestra tanto la potencia del mensaje político-cultural que representa Víctor Jara alrededor del planeta, como la originalidad del acto performativo de recordarlo a través de una acción cultural de masas”.
En lo que definió como “una de las intervenciones culturales más llamativas de la historia reciente de Chile”, señaló que “Mil guitarras” se ha convertido en «una de las postales culturales de exportación producidas en nuestro país». Agregó que esta conecta con la larga tradición de creación cultural del movimiento popular chileno basado en la concepción de “regeneración de pueblo”, donde los sectores populares se auto educan “para así combatir los vicios que los embrutecían y la ignorancia que era funcional a la eternización de la dominación patronal”. En ese sentido señaló que “poner la cultura a disposición de la gente y más todavía, protagonizada por esta, tal como lo propone Mil guitarras para Víctor Jara, contiene un ADN que lo conecta con la atávica memoria del proyecto de la cultura obrera ilustrada, pensando la cultura como una expresión alternativa a la dominante, democratizando su acceso y que no solo lo haga la alta elite ilustrada”. Finalmente, señaló que “iniciativas tan innovadoras, revolucionarias y participativas como “Mil guitarras para Víctor Jara muestran la manera como la memoria social popular y las luchas de los nuevos (y antiguos) movimientos sociales, permitieron el avance de las ópticas críticas al modelo dominante”, felicitando al autor por poner “la cultura y la gestión cultural al alcance del pueblo, tal como lo hicieron muchos otras y otras desde hace más de 100 años de luchas”.
La guitarra como factor de encuentro
Por su parte, para el periodista David Ponce destacó los alcances de la iniciativa que, a partir de la figura de Víctor Jara, se constituye en un espacio de encuentro y acción colectiva con “la guitarra como elemento aglutinador, de encuentro y como escuela, una especie de puente para invitar a un gesto tan cotidiano en Chile, como tocar la guitarra”. En ese sentido, agregó que las canciones “invitan a tocar” y han permitido de todas esas personas puedan profundizar el conocimiento de la obra musical “del Víctor Jara guitarrista, tan eclipsado a veces por la estatura que tiene la figura del Víctor Jara símbolo, poeta, político, dado que mucha gente considera en último término al Víctor Jara guitarrista”, señalando que hay en ello un gesto de justicia con el músico que invita a “sumergirse en un universo lleno de amor, de música y de belleza.
Más adelante, y desarrollando lo señalado en el texto en orden a que en la segunda versión del homenaje, las guitarras “suben al escenario”, señaló: “Eso me parece súper bonito, porque por una parte es aproximarlo; porque la tarima es una especie de intermedio entre el suelo, la calle y un escenario, y en ese sentido esta guitarra adquiere un protagonismo distinto que el guitarreo en una plaza o en la casa, y se ve a cientos de guitarristas tocando al unísono canciones de Víctor Jara. En ese sentido, es un gesto simple, pero muy poderoso de transformar este gesto de compartir la guitarra en algo que tiene una visibilidad y una lectura distinta, de un protagonismo”.
El hecho colectivo como proceso de participación cultural

Por su parte, el autor manifestó que el trabajo se inserta en la necesidad de documentar la práctica, en un contexto que privilegia el hacer, con escasa reflexión de dichos procesos, así como atender la demanda de diversas personas que en los últimos años insistían en la necesidad de realizar este ejercicio. Acto seguido, señaló que Mil guitarras se inserta en la larga lista de homenajes artista que se sucedieron en el mundo tras su asesinato, en especial los conciertos y festivales con el nombre del artista, y tras la recuperación de la democracia, de un continuo de iniciativas de la sociedad civil y el Estado a largo del país.
Asimismo, y respecto del origen de la actividad manifestó que, desde el hecho colectivo se buscaba “generar un proceso de participación cultural que convocara a los adherentes a la música de Víctor Jara, que se daba por hecho que mucha gente lo admira y a su vez, toca la guitarra, independientemente de la calidad con que lo haga”. Del mismo modo, destacó el sentido del proyecto que lo llevó a definirlo como “acto y no gesto, pues al hablar de gesto se trata de un posicionamiento diferente”. De este modo, agregó: “es por esto que, al momento de pensar el nombre de la actividad, se fue gestando el concepto de Mil guitarras para Víctor Jara: el hecho colectivo configurando un todo armónico y una poética que lo cobijara concretando ya no solo pintar, sino que cantar hasta el cielo en una polifonía de voces y guitarras”, señaló.
Al finalizar la actividad, el destacado charanguista Freddy Torrealba, interpretó «La Partida» y luego, «El derecho de vivir en paz, » la que fue coreada entusiastamente por los asistentes.


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