A inicios del mes de mayo y a invitación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio tuvimos la oportunidad de viajar a Punta Arenas y luego a la austral Puerto Williams, en la Isla Navarino.
La expectativa era enorme. Hace años que recibíamos invitaciones para visitar la región que no se concretaban. Una vez más, sería nuestro libro quién abriría las puertas. El objetivo, trabajar con las Organizaciones Culturales Comunitarias de la región y presentar “Elaborando un proyecto cultural” como material de apoyo a sus procesos.
Así, luego de realizar un taller para organizaciones culturales en Punta Arenas y donde pudimos conocer parte de sus experiencias, partimos temprano rumbo sur, en delegación encabezada por la Seremi de las Culturas Katherine Ibacache, la Encargada del Programa Red Cultura, Mariela Veraguas y la trabajadora social Johana Olavarría.
No es fácil llegar a Williams. Un largo viaje en barcaza de 32 horas desde Punta Arenas o el avión son las únicas opciones, las que en temporada de invierno están condicionadas por el clima. En esta ocasión el “avión grande” -como le llaman-, tras casi una hora de viaje, nos llevaría a destino.
La isla atesora una historia fascinante. Hace más de 6.000 años el pueblo Yagán habitaba esas tierras. La llamaban Upushwea. Dedicados a la caza, la recolección y la pesca como hábiles canoeros, sucumbieron a la hecatombe que supuso la llegada del hombre occidental y las enfermedades.
Hoy cerca de 2.500 personas desarrollan su vida frente al Canal de Beagle, rodeados de paisajes majestuosos coronados por el frío. Al otro lado del canal, sin mayor esfuerzo se observa la ciudad argentina de Usuahia.
Con las Organizaciones Comunitarias
Ya instalados, la primera actividad fue una conversación sobre Gestión Cultural Comunitaria en la Biblioteca Pública Pierre Chili, que sirvió de marco para la entrega del libro a las organizaciones culturales.
Grande fue la sorpresa al encontrarnos con Cristina Altamirano, amiga de Egac. Participante en los Congresos Nacionales de Gestión Cultural, nos manifestó lo valioso que fue para su proceso de formación haber sido parte de esta instancia. Los espacios de encuentro e intercambio entre otras cosas sirven para eso, me digo. Luego de liderar la construcción del Plan Municipal de Cultura 2017-2021, hoy es la flamante Encargada de Cultura del Municipio.
Segunda sorpresa, con Carlos Soto Anguita, encargado de la Biblioteca, compartimos un taller en un Encuentro Nacional de Bibliotecas Públicas al que asistimos invitados por la Dibam. No hay duda: la Gestión Cultural conecta personas y procesos.
La abuela Cristina
Tras un recorrido por el magnífico Museo Antropológico Martín Gusinde de la mano de su director, a media tarde nos trasladamos caminando hasta Villa Ukika para conocer a la señora Cristina Calderón, la «abuela Cristina». Última hablante nativa del pueblo Yagán, declarada hija Ilustre de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena y tesoro humano vivo, nos recibió con afecto en su humilde casa. Todo un regalo.
A días de celebrar su cumpleaños número 90, ríe con el asunto y nos cuenta que espera viajar a Chiloé. Cumple un rol importante y lo sabe: «Soy la última hablante Yagán. Otros igual entienden, pero no hablan ni saben como yo», dijo hace un tiempo en una entrevista.
Jugando con un pequeño gato, compartimos algunas anécdotas y nos despedimos alegres de conocer a esta gran mujer.
Aparece el nosotros
Por la tarde, la sede del Comité Cultural de Puerto Williams, sobreviviente del Programa “Creando Chile en mi Barrio” nos recibía. Primera tarea, prender la chimenea y disponer el lugar. Después de la jornada laboral, uno a uno los representantes de las agrupaciones comienzan a llegar. Pertenecen a grupos de folclore, de los pueblos Yagán y Mapuche Huilliche, a grupos de tejedoras y otros que organizan talleres y actividades artísticas.
Luego de las presentaciones y las bienvenidas comenzamos a por poner en común lo que hacemos: ¿Porqué hacen lo que hacen?, ¿qué les mueve a trabajar por la comunidad?, les preguntamos, abriendo un rico intercambio de miradas que encendió la conversación. En torno de esto, comenzamos a trabajar en perspectiva de relevar no solo las actividades, sino que los sentidos de dicho quehacer.
Aclaradas las dudas, rápidamente aparece lo que les moviliza: “me mueve el rescate de mi cultura ancestral y antepasados para traspasarlo”, “transmitir la cultura para que no se pierda”, “ser un aporte a la comunidad mejorando la calidad de vida de las personas, entendiendo que la cultura es una libertad individual que debemos fomentar día a día”, “para ayudar a mis Lamngen a empoderarse y visibilizar a nuestro pueblo en una región donde somos considerados migrantes”.
Quisimos avanzar otro poco. Ahora, pensando en la generación de una política pública para el sector, ¿qué le pedirían Estado para desarrollar de mejor forma el trabajo que realizan con sus organizaciones?
“Más apoyo y presencia, que nos pregunten cómo estamos como organización”, “reconocer y validar el trabajo de los dirigentes y gestores culturales”, “que se nos escuche, atiendan las necesidades locales y se comprometan”, “más lugares donde exhibir el arte”, “más compromiso con los pueblos originarios, más voluntad. Se debe cambiar el switch”, “que se facilite el acceso a los fondos”, “implementar una política cultural, no solo actividades aisladas”, señalan.
Luego de ello, trabajamos en dos jornadas poniendo énfasis en la asociatividad, la visualización de las oportunidades que presenta el proceso de creación del Ministerio de las Culturas, transfiriendo experiencias y pistas para fortalecer el trabajo que realizan las organizaciones.
Con todos esos sentidos puestos en común, no fue difícil que los dirigentes acordaran destinar a un proyecto pensado y ejecutado colectivamente, los recursos que desde el municipio a través del Programa Red Cultura les entregarán para apoyar su trabajo. Desde el intercambio y poniendo al centro lo común, aparece el nosotros.
La importancia del gesto
Con sus matices y particularidades, el quehacer cultural comunitario se reconoce en una forma de hacer, lo mismo que en los problemas y necesidades que enfrentan a diario. Los sueños y dificultades que pudimos conocer, que presentan las organizaciones culturales de Puerto Williams no difieren en mucho de los que poseen sus pares del resto del país, e incluso el continente.
De Arica a Puerto Williams el relato es coincidente: la cultura se vive y recrea en los territorios independientemente del interés del mercado o de la actuación del Estado. El compromiso con el desarrollo de sus comunidades y su propia identidad, se constituye quizás en el gran combustible que alimenta sus procesos y les renueva energías para insistir en la tarea.
En todos estos años de recorrido por el país, por vez primera lo que tantas veces se suele conceptualizar como “reconocimiento” de parte del Estado hacia el sector, vemos como se hace carne en el gesto: necesitamos que nos llamen por teléfono, que se preocupen por saber cómo estamos. El gesto -como alguna vez me comentara el recordado poeta Fernando Quilodrán- que marca la diferencia. Algo tan sencillo como profundo.
Llenos de cariño y experiencias, tomamos el avión en reversa. Mirando el paisaje abarrotado de glaciares, confirmamos que la Gestión Cultural Comunitaria no es otra cosa que pensar a la comunidad como protagonista de su propio desarrollo cultural. Un proceso en el que lo que se hace, antes de ser formulario y proyecto, es sentido y compromiso con la misma comunidad. Todo eso pasa allá, en Puerto Williams, al final del mapa, o tal vez, donde comienza todo.
Roberto Guerra V.
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