Desde diversas prácticas culturales que se reconocen e identifican como comunitarias, al desarrollo de acciones que desde la institucionalidad cultural comienzan a intervenir en este sector, la referencia a “lo comunitario” en la cultura gana adeptos. Hoy aparece como eje en las formulaciones de diversas acciones gubernamentales y de la propia sociedad civil.
Sin embargo, se trata de una categoría que se presenta difusa y en no pocos casos, idealizada.
¿Cuándo efectivamente una actividad cultural es comunitaria?, ¿Quiénes están detrás (o delante) de estas experiencias? La respuesta no es sencilla, si lo que se quiere es comprender en su complejidad al sector.
Hoy, organizaciones con o sin personalidad jurídica, pequeños colectivos, artistas y gestores independientes que batallan por concretar sus emprendimientos, cooperativas, colectivos de profesionales, redes sectoriales del más diverso tipo, líderes vecinales son, entre otros, quienes constituyen el activo más visible tras estas prácticas. Muchas sin estructura formal, flexibles y dinámicas, reivindicando su carácter autogestivo, activas y generosas, desde su práctica cotidiana aportan desde lo que saben hacer. Abren espacios de participación, posibilitan la expresión creativa y dinamizan el quehacer territorial con su labor, sobre todo donde la oferta del Estado no siempre llega y donde el mercado no muestra mayor interés.
Así, “lo comunitario” en la cultura ha ido ganando espacios y visibilidad. Muestra de ello son las diversas iniciativas que sólo el último año han tenido lugar: la carta pública al ministro de cultura “Con más participación más cultura” firmada por cerca de 100 organizaciones (junio 2017), el Seminario “Comunidades, cultura y participación. Pensando la Gestión Cultural Comunitaria” (junio de 2017), “Encuentro tejiendo redes” (julio 2017); “Encuentro de Organizaciones Culturales Comunitarias Región Metropolitana. Participación ciudadana como un derecho social” (julio 2017), “Encuentro Interregional de la Coordinadora de Cultura Viva Comunitaria Chile” (septiembre 2017), la “Encuesta Nacional de Organizaciones Culturales Comunitarias” del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (noviembre 2017), el 2° y tercer Encuentro de Organizaciones Culturales Comunitarias”, de enero y abril, respectivamente, entre otras.
Como es sabido, las instancias generadas por las propias organizaciones culturales comunitarias y el Estado son coincidentes en constatar la distancia que las separa. Desconfianza, malestar, desinterés, falta de reconocimiento, son algunos de los conceptos que suelen expresar los líderes de las organizaciones al referirse a ello. [1]
Dando cuenta de esta situación a través de diversas iniciativas, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes -hoy Ministerio- ha buscado tender puentes hacia el sector. Los “Laboratorios de iniciativas culturales comunitarias”[2] y el “Estudio Línea Base de Organizaciones Culturales Comunitarias”, son dos de los esfuerzos más notorios en esta dirección.
Sin embargo, a vista de la evidencia, se advierte una intención de acercamiento al sector, más no del todo de reconocer sus procesos y acoger sus demandas. Una ruta, que refuerza la idea de un sector al que hay que atender, pero que aún no se sabe del todo cómo hacerlo.
Quizás por ello tanto a nivel del Estado como en el propio sector subsisten muchas dudas respecto de la naturaleza y propósitos de estas experiencias, instalando la pregunta de qué es y finalmente quién impulsa la actividad cultural comunitaria. Mientras para algunos, se trata de acciones “para la comunidad” (quizás la noción más extendida, de claro carácter asistencialista y clientelar), parta otros se entiende a la comunidad como protagonista del proceso en desarrollo, dando cuenta no solo a la noción de participación y comunidad con la que se opera, sino también al sentido de estas prácticas.
La creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, constituye una gran oportunidad para avanzar en el diseño de una política para el sector, que permita que las organizaciones culturales comunitarias dejen de ser el pariente pobre de las políticas culturales.
Pero para eso se requiere un cambio de mirada profundo. Uno que desde la escucha y el reconocimiento, apueste por la participación efectiva, generando las condiciones para un ejercicio de construcción colaborativa y colectiva de dicha política. Asimismo, requiere del propio sector, la madurez para transitar de la queja a la propuesta y del yo al nosotros, quizás el desafío más complejo de este proceso.
Las condiciones existen y dependerá de la voluntad de aprovecharlas o de la propia dinámica del sector para instalarlas como necesidad.
Roberto Guerra V. • Fundador de Egac • Publicado en Revista «Sublevación vinculante», abril 2018 • Elaborado en base al texto “Gestión cultural, participación y comunidad. Aportes para pensar la gestión cultural comunitaria” de próxima publicación.
[1] Ver “Documento línea base “Encuentro de Organizaciones Culturales Comunitarias Región Metropolitana. Participación ciudadana como un derecho social”.
[2] Realizado durante los meses de septiembre y diciembre de 2016.
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