Museos a cielo abierto y Patrimonio Cultural

Por Fernando Ossandón C.

La celebración del Día del Patrimonio de este año se proyecta como la más grande celebración socio cultural del rubro, desde que se iniciara el año 2000 como una experiencia piloto y fuera luego encomendada su realización al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). No solo porque incorpora 1.527 actividades inscritas en el circuito oficial, se lleva a cabo en dos días continuos de mayo, su difusión ha sido extendida con antelación y se prevé un clima asoleado otoñal, que augura un adecuado y masivo desplazamiento hacia sus actividades de chicos y grandes a lo largo y ancho del territorio nacional.

También porque la visión acerca del Patrimonio digno de ser rememorado por parte de la sociedad ha ido evolucionando para bien y ampliando sus horizontes.

Se partió con la exposición al público de una colección de edificios y algunos señeros monumentos históricos, públicos y privados, asociados todos a la solemnidad de los salones y círculos elitistas, añoranzas de una cultura altisonante y oligárquica que “abre sus puertas” una vez al año para el deleite de la plebe y la visualización de sus modos de vida europeizantes escondidos (Palacio Cousiño a la cabeza del listado); y por otro, para el acceso público a aquellos edificios que son orgullo de nuestras tradiciones republicanas e incluso de la dolorosa y complicada recuperación de la democracia (Palacio de la Moneda, ex Congreso Nacional, la alcaldía de la municipalidades, etc.) siempre mostrados a los visitantes por las mismas autoridades y funcionarios que lo habitan cotidianamente para el desempeño de sus labores.

Con el paso del tiempo se sumaron nuevas locaciones y se amplió el abanico de monumentos dignos de ser “abiertos al público” por uno o dos días. Si bien el embrujo por conocer “los vericuetos y secretos” del poder se mantienen vigentes, pronto pudimos enteramos de la existencia de muchos otros sitios y edificios que hacen parte de nuestra herencia social y que han marcado el derrotero actual de nuestras vidas (sitios de Memoria de los Derechos Humanos, cines abandonados hoy reciclados como centros culturales, entre muchos otros); lugares y situaciones a preservar, a no dejar olvidados.

El acompañamiento de las visitas con guías informados, atentos y uniformados con un sencillo peto o gorra, junto a la realización de entretenidas actividades artísticas y culturales con gusto y olor a espectáculo (como el sinfín de conjuntos folclóricos y cultores de la danza escolares que se presentaban en el patio del Museo Histórico Nacional, mientras largas filas de ciudadanos de a pie recorrían sus dependencias y exposiciones), introdujeron poco a poco la idea de que la defensa y promoción de la cultura y el patrimonio habían llegado para quedarse.

Junto al hecho de incorporar a las regiones a esta actividad pública de remembranza y convertirla así en una acción de impacto nacional, en los últimos años se le dio una nueva vuelta al torniquete, incorporando a las expresiones inmateriales del patrimonio a los motivos de conmemoración.  Sin caer en el exceso del lema acuñado por la anterior administración de la alcaldía de Providencia, “Patrimonio somos todos” (en consecuencia, contrariamente a lo deseado, el concepto pierde valor diferenciador, queda en nada), podemos afirmar que se abrieron las puertas para que múltiples organizaciones de la sociedad civil –fundaciones, corporaciones, centros culturales y organizaciones culturales comunitarias- se esforzaran también por vestirse de gala y ofrecer al público (o sea, a quien lo desee, sin límites de acceso pecuniario) lo mejor de sí, con el propósito de compartirlo y validarse ante la comunidad en su conjunto. Ello junto a un reconocimiento oficial y difusión de la actividad por parte del Consejo Nacional de Cultura y las Artes, hoy flamante Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, acompañados de un modesto estipendio en dinero para los voluntarios participantes en la organización (guías).

En ese marco, situamos la labor que tenazmente y con mucho esfuerzo, realizan los museos a cielo abierto en el país, que han colaborado a revolucionar el concepto de las artes visuales, sacándolo de los museos cerrados a la calle, extenderlos por diferentes barrios y han dado lugar a una expresividad masiva e interesante (transgresión, en algunos casos minoritarios) de muros e instalaciones de los espacios públicos y de muros privados expuestos a una calle, avenida, ríos, pasos bajo nivel, puentes, paseos peatonales, plazas de bolsillo y un largo etcétera.

Sin ánimo ni conocimientos para ser exhaustivos, registramos la existencia de museos a cielo abierto en Valparaíso (en el Cerro Bellavista), pionero entre sus pares, creado por un artista de la Universidad Católica de Valparaíso en los años 60 y luego recreado, junto a Nemesio Antúnez, al comienzo de los años 90 en su formato actual; Villa San Miguel, el más completo y que cuenta con un reconocimiento interno e internacional, creado por pobladores, en rigor, por una familia asociada en el Centro Cultural Mixart con el apoyo, el 2010, del Fondart; La Pincoya, creado por pobladores jóvenes, financiado “proyecto a proyecto” y con motivaciones identitarias y políticas bien claras; PoblacionARTE de Cerro Navia, generado por la Fundación Urbanismo Social junto a las organizaciones sociales de las poblaciones Lo Amor y Sara Gajardo; Culturizarte Chillán, proyecto de la Agrupación de Grafiteros jóvenes PintArte, que han poblado la ciudad con representaciones de mitos y leyendas, flora y fauna, entre otros motivos, siempre ligados a la identidad de la ciudad capital de Ñuble, la más nueva de las regiones político administrativas del país. A los anteriores se pueden sumar el Festival de Arte Urbano La Puerta del Sur, que embellece una vez al año las riberas del Río Mapocho entre otras localidades, desde 2016; y el más reciente, de Quilicura, organizado por la Municipalidad,  ambos bajo la dirección artística de Alejandro Mono González, postulado al Premio Nacional de Artes Visuales el año recién pasado.

El fenómeno de los museos a cielo abierto combina dinámicas que se han dado de manera espontánea y que han estado sujeto a la iniciativa de sus impulsores, las que se han visto sistematizadas en movimientos artísticos y socioculturales reconocibles, como el muralismo político, el grafiti y el hip hop, el Street Art, el muralismo educativo, entre otros.  Son murales que ponen en contacto a artistas deseosos de contribuir con su arte a embellecer la ciudad, dotar de color y sentido a los barrios y localidades, con los habitantes de dichos territorios, que se transforman en audiencias – a menudo de manera involuntaria- de estas expresiones y que los invitan a tomar partido a favor o en contra, pero raramente llegan a permanecer indiferentes ante esta transformación del color y de las formas en su entorno. Lo interesante es que esta relación artista – población receptora, obedece a una gestión con algún grado de participación de la comunidad o, cuando esta no ha existido en el momento del diseño, siempre termina por provocar un impacto directo, anímico al menos, en las condiciones de vida de la población.

En nuestra investigación en curso sobre el impacto del Museo a Cielo Abierto en San Miguel sobre los habitantes de la villa del mismo nombre, realizada junto a las historiadoras y gestoras culturales Victoria Jara y Fernanda Poblete, hemos podido recopilar testimonios decisivos de pobladoras y pobladores que se opusieron a la realización del museo el año 2010, por miedo a que proliferaran el tag, el rayado, la pegatina de papeles publicitarios y la suciedad, imágenes asociadas –curiosamente- a “las favelas en Brasil” y que hoy muestran con orgullo el mural correspondiente a su edificio y reconocen que ahora la población está más protegida como barrio residencial, la visitan constantemente extranjeros y escolares lo que los enorgullece, se ve más bella y luce –en general- más alegre.

Aunque los pobladores no lo mencionan, pero sí los dirigentes vecinales, es fácil constatar que el prestigio de la Villa San Miguel ha crecido ante las instituciones públicas y con ello se ha facilitado el acceso al desarrollo de sendos proyectos de inversión del Minvu, del programa Quiero Mi Barrio, de Pavimentos Participativos, de un proyecto Feria Libre Modelo de Sercotec y de un extendido proyecto de refacción y pintura externa de los 40 edificios por parte del Serviu R.M., entre otros, en beneficio de los seis mil habitantes de esta histórica población –nacida a comienzos de los años sesenta para acoger familias obreras provenientes de Madeco, Mademsa y algunas textiles de la época-.

El Día del Patrimonio se habrá alejado en la memoria a partir del próximo lunes. Sin embargo, en la memoria también quedará el conocimiento de que los museos a cielo abierto están disponibles a ser visitados los 365 días del año, las 24 horas (el de San Miguel incluye iluminación nocturna de 40 de sus 53 murales, provista por la Municipalidad, lo que convierte la visita en todo un espectáculo) y sin costo para el usuario. Como me dijo un pariente un día que le dije debíamos postergar la visita a uno de estos: “no te preocupes, el museo no se va a mover de allí”.

* Publicado en www.cooperativa.cl

Más información sobre los museos a cielo abierto y avances de la investigación, disponible en https://museosacieloabiertolaantesala.wordpress.com/ y en https://web.facebook.com/museosacieloabierto/?ref=page_internal&_rdc=1&_rdr

 

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